Convivir en paz
¿Se han
fijado en cómo convivimos los hombres? Realmente los hombres somos un caso
especial. Casi todos convivimos como si
fuésemos pequeños dioses: como si siempre tuviéramos toda la razón. Y claro,
dentro de este supuesto, ¿qué queda para el otro sino una de dos cosas: o que
esté en el error o que sea descaradamente malo?
Es notable,
en esta línea el comportamiento de los esposos: si habla la mujer, es el marido
el que tiene toda la culpa. Y si el que
habla es el marido, entonces es la mujer la culpable.
Más
concretamente: nos hiere el otro y nosotros nos arrogamos el derecho de
juzgarlo y condenarlo. ¡Y cuán seguros nos sentimos acusando al otro! Pero
somos nosotros los que herimos y nos la arreglamos muy bien para hallar cien
disculpas.
De ese modo
en sus dificultades con el otro, la persona humana siempre se da a sí misma la
razón. Pero de ese modo, cargando en el
otro toda la culpa, más nos alejamos emocionalmente de él, más le obligamos a
que él se aleje de nosotros y como término final, más difícil y dolorosa
hacemos nuestra convivencia. El
resultado final de este proceso de heridas mutuas, no puede ser otro que el
rompimiento de la convivencia, querida por Dios como medio de satisfacción y
crecimiento humano, se trueca para nosotros en fuente de los mayores
sufrimientos.
¿Qué decir
al respecto de estos conflictos convivenciales? Desgraciadamente los hombres
somos así. Nuestras reflexiones
meramentes humanas no parecen dar para más.
Y si acaso con el entendimiento llegamos a captar el error, el corazón
se queda atrás. Y sigue con sus
comportamientos anti-otro. Pensemos, por
ejemplo, en las luchas de castas, etnias y culturas; en Bosnia y Yugoslavia, en
las Naciones Centroafricanas, en las luchas del junio y árabe en Palestina.
Nuestra
filosofía no da para más. Y ahí quedamos
los hombres, como excursionistas varados al borde de un camino; varado y sin
gasolina para seguir. Los hombres no
sabemos solucionar el problema convivencial.
Ahí tenemos, por ejemplo, a la ONU: da direcciones prudentes, pero
¿dónde están los resultados?
Varados,
pues, al borde del camino y sin salida o escape posible, los hombres alzamos
los ojos a Cristo y le preguntamos: ¿qué dices tú, Señor? ¿Cuál es tu filosofía
de la convivencia?
En Mateo 5,
18-42 se lee: “Sabéis que está mandado: ojo por ojo y diente por diente. Pues yo os digo: no hagáis frente al que os
agravia”.
Es decir, no
te des la razón ni te enfrente al otro.
Saldrás siempre perdiendo, sufriendo más y tú y haciendo sufrir más al
otro. Esto dice el Señor, y pone los
ejemplos supergráficos del que herido en una mejilla es capaz de poner la otra;
o del que despojado injustamente de su vestido, ofrece además el manto; o del
que, forzado a caminar con otro un kilómetro, él de sí mismo se ofrece a
caminar dos.
Tal es la
filosofía de Cristo: extraña, difícil de asimilar y, al parecer, casi
suicida. Detengámonos en ella. A la luz de esta filosofía de Cristo, vemos
que hay dos modos de reaccionar a las heridas que se originan en la
convivencia: la ley del talión, “ojo por ojo” y la ley de la generosidad: “no
hacer frente a la injusticia”.
Ley del Talión.
Cuando sigues esta ley, responde al otro con la misma medida; o sea, le
devuelve igual: si él te maltrata, tú le maltratas; si él no te sonríe, tú no
le sonríes; y si él no te habla, tampoco tú le hablas a él.
Piensen,
amigos, en Dios. Si no se hiciera el
“tonto” para con nosotros, (si no se hiciera comprensivo, callado, paciente y
siempre esperando), no existiría el mundo.
Pero para nuestra dicha, Dios actúa en “tonto” y gracia a esa “necedad”
de Dios existimos los hombres. Si
realmente queremos ser felices, se nos impone esta extraña realidad: es preciso
abandonar la ley del Talión y entrar por la ley de Cristo. Ahora, en contraposición, podemos entender
esta ley de Cristo.
Ley de Cristo.
“No enfrentes al que te agravia”.
Parece algo muy difícil, imposible casi… eso de poner la otra mejilla al
que te pega… Pero Cristo el que da esta ley y la en el mismo sermón de las
bienaventuranzas. Por consiguientes,
tiene que ser camino a la felicidad…
Veámoslo. Tú tienes un poder
asombroso, procedente de Dios mismo:
Veámoslo. Tú tienes un poder
asombroso, procedente de Dios mismo: puedes ser superior a las conductas
ajenas, puedes hacer brillar tu sonrisa al que lo merece y al que a tu juicio,
no lo merece. ¿Aceptas que tienes ese
poder? Lo tienes de hecho y, por tanto, no ejercitarlo es ya un daño inmenso
para ti.
El resultado
de vivir en la ley de Cristo: tú no te amargas (ventaja para ti), tampoco hieres
al otro (ventaja para el otro), y de este modo, pones la convivencia en vías de
sanación.
Conclusión: sí, es bien difícil no ripostar,
siguiendo la ley del Talión. Pero es el
único modo de mantener tu paz y la paz entre los dos. En pocas palabras. Tú, -dices Cristo-, tienes una grandeza
interior análoga a la divina: puedes amar a los enemigos, a los que te caen
mal. Ante una injusticia puedes
reaccionar según esa dimensión de grandeza divina y entonces será feliz. O
puedes reaccionar según sus pobres criterios humanos. En ese caso tu mismo te
metes en el infierno .Escoge. Lo que
escojas no lo tendrás enseguida, a las inmediatas, pero ciertamente acabarás
teniéndolo. La vida es un proceso ya de
amor, ya de odio. Lo que decidas ser,
eso mismo se te dará. No ciertamente a
las inmediatas, pero sí a lo largo en la perseverancia.
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